Emma nunca hubiera imaginado que sería tan fácil. Todos eran
diferentes entre sí, pero contaban con ese diseño único que les permitía
arrojarse al precipicio cuando un botón específico en su interior era
presionado. No había discriminación entre razas, géneros o edades; al final
eran igualmente reducidos a un nuevo cuervo en el cielo.
-¿Por qué aves? -le preguntó a Lilliand mientras volvía a
casa del metro.
Las conversaciones entre ellos se habían vuelto una
costumbre. En algo tenía que ocupar el tiempo mientras esperaban el momento
adecuado para obrar sobre los objetivos.
-Creo que es la manera en que la gente decide despedirse
-respondió el hombre-. Los cuervos eran animales ritualistas de una
inteligencia inusual. Cada vez que uno de los suyos moría le ofrecían una
especie de velatorio en respetuoso silencio antes de alzar el vuelo. Asumo que
esa es la razón por la que se reunen así ahora-Vio la extrañeza en la cara de
Emma y cerró los ojos, como si se hubiera dado cuenta de su error, antes de
aclarar-: Los velatorios era como se llamaban a la reunión antes del funeral.
Supongo que no debería sorprenderme de que la palabra hubiera caído en desuso
si hoy en día la gente pasa directo a entregar las cenizas.
Se quedaron en silencio unos minutos. Emma miraba a través
de la ventana los tubos de luces unidos al túnel. Comentarios así le ponían
incómodo por el simple hecho de que le recordaban una vez más que no sabía ni
siquiera qué tan viejo era ese sujeto. Por su cara parecía que recién estaba
rozando los cuarenta, pero su elección de palabra y cierto modo de comportarse
le hacía chirriar su sentido, como si los dos fueran asuntos aparte. De todos
modos no era su problema y no iba a indagar.
Le sería difícil reconocerlo, pero en realidad le daba miedo
la respuesta.
-¿Qué opinas de ellos? -escuchó que de pronto le preguntaba
Lilliand.
Emma elevó los ojos al techo, como si tuviera los lentes
especiales de rayos X que los niños de siete años solían comprar en su máxima
potencia.
-Si querés que te diga la verdad -dijo, reclinándose-, creo
que me gustan.
Cuando era chiquito todos animales callejeros (que en las
películas acerca del pasado aparecían inundando cada rincón y esparciendo
enfermedades) habían muerto ya. No recordaba un tiempo en que el cielo no contuviera
algo más que nubes contaminadas o un anuncio publicitario (ni siquiera los
aviones), de modo que ver ese movimiento de alas repentino resultaba un cambio
agradable. Le agregaba vida al ambiente, incluso si se tratara de gente...
bueno, eso.
-Ya veo.
"Si vos lo decís", pensó el joven. Un melodioso
silbido les hizo saber que estaban llegando a la estación. Lilliand se levantó
para sostenerse de la agarradera. Emma lo observó de reojo, sin tener idea de
qué buscarle, y en cuanto la pierna enfundada en otro traje oscuro pretendió
desplazarse, le envió una certera patada a la pantorrilla opuesta.
-Hey -protestó el hombre, con evidente sorpresa. No
"che", sino hey, lo que le sonó extraño al oído-. ¿Era necesario?
Emma había visto el ceño contraerse de dolor. Le había
dolido el golpe. Los robots no sentían dolor, por eso era tan preferibles en la
composición de las fuerzas de la ley.
Por un momento casi se avergonzó, pero luego se dijo que lo más probable
fuera mejor prevenir que lamentar. Al menos ahora sabía con qué no estaba
tratando.
-Sí -dijo, adelantándose a la salida, calmadamente-. Vamos.
Al cabo de unos segundos Lilliand le siguió por atrás. Emma
medio se esperó un golpe de revancha que jamás llegó. Se sonrió para sus
adentros. "Demasiado arcaico", clasificó, aunque la palabra debería
haber sido "maduro." Lilliand era demasiado maduro para caer en ese
juego.
Insisto, la expresión de Lilliand al recibir el coñacito en la pantorrilla debio ser priceless... casi se me escapo una risita al imaginarlo, jejeje.
ResponderEliminarAnimo mi Reina!
kuşadası
ResponderEliminarmilas
çeşme
bağcılar
zonguldak
S1U8ME