martes, 5 de agosto de 2014

Capítulo 7 (preview)

Después de unas largas vacaciones de esta historia, finalmente volvemos a ponernos las pilas con un nuevo episodio de ese chico con nombre de nena. O al menos con una parte.

Capítulo 7


Las Ranas de Tierra atacaron otra vez. Emma contempló los rostros indignados, desconcertados e indiferentes de la multitud. Una multitud indistinta, compuesta de gente yendo al centro para hacer su trabajo, yendo a realizar las compras de la mañana en el centro o extendiendo sus lectores de tarjetas para pedir, en voz patética, una pequeña ayudita. Aunque le buscara alguna diferencia esencial con la estación a la cual bajaba desde que se idependizara, no la había, a excepción de los números en las entradas. Las mismas sonrisas en 3D presionando los centros de placer en su cerebro cuando eran percibidos, el mismo liezo gris claro vacío donde, como por arte del copypaste, una caricatura de una niña construyendo un castillo con lo que parecían ser sólo sus manos. Y las mismas voces  preguntándose qué significaba eso y cómo pudieron eludir la seguridad.


Pero una vez pasada la impresión, había un horario que cumplir y asientos que ocupar. A lo largo de una fila de personas formada tras la línea de seguridad, una figura conseguía destacar con cierta facilidad. Era un hecho comúnmente aceptado que las ropas siempre atestiguaban una parte del ser de alguien. De ahí una de las estrategias publicitarias más usadas, "convencer al clinente de que sólo así podrá ser él mismo." En la temporada estaban de moda los colores chillones combinados con colores café para aquellos que eran serios en su trabajo pero todavía sabían disfrutar de la vida. Lo que la chica en cuestión utilizaba sólo había sido utilizado hace años durante la precipitación de ácido caída sobre Chile, como una pretendida forma de hermanarse con la desgracia ajena. El negro entonces era elegante, serio y propio de seres inteligentes que sabrían gastar bien su crédito para compartir simpatía mientras ellos continuaban con su vida ordinaria. Después hubo la inauguración de la primera ciudad flotante de América Latina, encima de los restos desechos de los deshausiados, y entonces el amarillo, símbolo universal de alegría indiscriminada, dominó la escena. 

Una cosa era lo que la gente decidiera usar en sus fiestas privadas, por eso Emma no se había sorprendido ante la vestimenta del grupo de Abel. Pero en la mañana, rodeada de trajes brillantes y faldas masculinas de látex en verde chillón, las botas de negro reflejante, las hebillas de plástico plateado para simular metal y los guantes a cuadros blanco y negro sólo parecían fuera de lugar. Era como si sólo hubiera aparecido ahí, sin ninguna conexión real con el mundo.

Por otra parte, el corpino relleno o el tratamiento hormonal que tantas jovencitas solían tomar no engañaba a nadie. Poseía la cara de una niña, todavía menor por los grandes ojos celeste con motas grises, no menor a los catorce o quince años. Los auriculares con calaveras sonrientes moradas titilaban al ritmo de una tema que sólo ella conocía. Era la única vestida así. La única con un tatuaje de mariposa asomando desde el cuello de su blusa y debajo de un collarín.

La que Lilliand le había indicado era la siguiente. El hombre estaba justo a su espalda y su respuesta a la mirada interrogante que fue inevitable dirigirle fue asentir con suavidad. Emma abrió los ojos en incredulidad viéndola de nuevo. Era una pendeja. Un pendeja con bastante crédito para vestirse con prendas completas y accesorios Anon. ¿Qué tenía ella que ver con el dueño de la laptop o un borracho? Pero Lilliand le señaló el reloj de la estación con un movimiento de cabeza. El transporte estaba a punto de llegar.

Antes de saber cómo, los dos ya se encontraban ahí, justo a su espalda. La mariposa tenía alas puntiagudas en rojo y negro. Si uno les ponía la bastante atención el tiempo suficiente comenzaba a moverse, como si el incesto estuviera a punto de iniciar un viaje por la piel morena de la chica. Ella no se enteraba de nada, abstraída, la cabeza baja y labios verdes brillantes formando una línea inexpresiva. ¿En serio estaba pasando?

Una última pregunta insegura sólo confirmó el hecho, ya bastante claro. El ligero zumbido de la corriente eléctrica siendo activada y atrayendo los vagones era su señal. Lilliand no hacía ningún movimiento, a diferencia de la gente que ya comenzaba a impacientarse y moverse. Suficientes empujones, pisotones y apretamientos había sufrido Emma para darse cuenta de que estaba en una posición peligrosa. De no ser por las pastillas estaría ahora a punto de perder la consciencia por los continuos golpes a ella. Pero las había consumido y su poder todavía mantenía sus sueños pacíficos.

Las luces blancas aparecieron por una esquina de sus ojos. ¿Quién era esa chica? ¿Por qué debía ser ella? ¿Y por qué estaba justo encima de la línea, sin siquiera fijarse en el metro como todos los demás, como si ni siquiera le importara que nunca llegara? Alguien le dio un codazo en la espalda al mismo tiempo que su pie resbalaba sobre la superficie de un calzado desconocido.

Vio un hombro en frente que podía sostenerle, la vio comenzar a balancearse hacia atrás y adelante con una potencia mínima, minúscula, como siguiendo al fin el ritmo de su propia canción. De nuevo le golpearon, esta vez con más fuerza en el homoplato, y él dobló el tobillo adelantando el brazo.

Fue nada más un pequeño empujón. Lo mismo que le había dado a todos los objetivos antes, nada diferente. Siempre había sido todo lo que hacía falta.

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