domingo, 1 de marzo de 2015

Capítulo 8 (preview)





Habían sido cuervos. Lo que vio cuando la chica se estrelló contra el metro habían sido cuervos aleteando como si acabaran de recordar que debían estar en otra parte, un par iguales a los que coronaban los edificios y lo observaban a su vez desde lo alto en actitud solemne. Era una idea extraña para tener justo después de tener sexo después de años de abstinencia, pero ahora que lo había entendido podía recordar con facilidad que no había sido uno sino un par los que alcanzó a ver antes de que Lilliand lo arrastrara lejos de la escena. Le preguntó, sin darle especial importancia, si otros veían cosas similares. Lo atrapó en medio del acto de subirse la ropa interior por las piernas.


No pudo evitar mirarle de arriba abajo. Una inconfundible sensación de deleite le aligeró el pecho. No se arrepentía para nada de lo que habían hecho, fuera lo que fuera considerándolo todo. Demasiado temeroso del dolor por tanto tiempo, se permitiría abrazar lo bueno que llegara.

Y si al final todo le explotaba en la cara, bueno… al menos lo habría intentado.

-Sí, desde luego –dijo Lilliand y se inclinó para tomar sus pantalones del suelo. Los dobló y colocó en el borde de la cama con la diligencia de un empleado de tienda elegante-. Palomas, mariposas, flamas que se apagan en el aire. Incluso hubo algunos que veían gatos. Es una de esas cosas que de las cuales sólo he podido armar teorías para luego verlas destrozarse frente a mis ojos –Acabó de acomodar su ropa, alisando cualquier arruga que pudiera tener.

Debería haberlo hecho antes, pero ninguno se había preocupado especialmente por tomarse su tiempo. Le gustaba eso, la normalidad de la escena. Pero no podía durar todo el día, tenía turno en el restaurante a la tarde y quería tomar aunque fuera una pequeña siesta. Se salió de la cama y se dirigió al baño justo al lado del armario.

-¿Quieres limpiarte los dientes? –ofreció, encendiendo la luz sobre el espejo-. Creo que todavía tengo unas tabletas por aquí.

-Estaría bien, gracias.

-Trae un vaso de la cocina.

Emma sacó del compartimiento al lado del lavamanos una caja plástica que contenía a una plancha de suaves esferas verde claro. Sacó una para sí y otra para Lilliand.

-Mamá siempre me hacía contar antes –comentó Emma, llenando el vaso que él ya tenía dispuesto para sí-. Cuando era más pendejos siempre las tomábamos juntos porque yo tenía miedo de que realmente me estallara o me saliera espuma hasta por los ojos. Supongo que daba menos miedo que explotaran dos bocas al mismo tiempo en vez de sólo la mía -Llenó el que Lilliand había traído y se lo entregó, levantando el propio como para dar un brindis-. ¿A la cuenta de tres?

Lilliand sonrió y chocó los dos cristales. Al llegar a tres los dos se llevaron las esferas a la boca para seguidamente llenársela de agua. La explosión de espuma limpiadora resultó tan desagradable como siempre. El intenso sabor de la menta le llevó a apretar los puños mientras lo dejaba cosquillear alrededor de todos los dientes. Debía mantenerlo ahí durante veinticinco segundos, pero siempre parecían tres minutos enteros. Emma levantó una mano como para llamar a la atención antes de inclinarse a escupir lo suyo. Luego fue el turno de Lilliand.

-No sabía que te habías afilado los dientes –comentó el más joven.

-No lo hago.

Pero Emma lo había visto otra vez mientras hablaba. Un par de dientes superiores, más agudos de lo normal. Se señaló los propios romos y Lilliand finalmente entendió.

-Ah, eso. No, es sólo  algo que me olvido de arreglar. Ha pasado tanto tiempo desde que el común de la gente comiera regularmente algo más sólido que una barra nutritiva de modo que no necesitan los colmillos como antes.

Emma extendió la mano y tomó un mechón de pelo rubio entre sus dedos, haciéndoselo a un lado. Recordaba qué anticuado le había parecido en ese primer vistazo. Los ojos rojos pasados de moda.  Lilliand lo dejó hacer, lavándose las manos con parsimonia, como si eso fuera parte de la fachada de cotidianeidad y sólo esperara su siguiente acción.

-Soy un pelotudo de mierda –murmuró Emma-. Vos no sos humano.

Llliand se secó las manos con una toalla y frunció el ceño.

-¿Qué parte de mí exactamente te ha dado esa idea?

-¿Qué parte no lo ha hecho? Siempre lo he pensado, que debías ser un alien o algo.

-¿Y ahora?

Emma señaló su cuello expuesto por el pelo recogido.

-No tienes nada –dijo en tono acusatorio-. Yo sé bien lo que te he hecho y sé bien que debería haberte dejado algo, pero ahí no ahí no hay nada. Estoy segurísimo de que no te he visto aplicarte una pomada de curación instantánea y no me digas mierda de que no lo hice bien porque no me lo trago.

Lilliand le dio una sonrisa deslumbrante.

-Soy un alien –dijo Lilliand levantando un dedo-. Soy un robot último modelo –dijo con voz intencionadamente mecánica- Soy una geisha genéticamente modificada para que no me queden los chupones –Puso la mano en una cadera y arqueó una ceja con aire coqueto-. Cualquier explicación es tan buena como cualquier otra. Escoge la que gustes.

Luego de decir aquello su expresión se ensombreció.

-Me perdí –admitió Emma, que no se esperaba eso-. Che, tampoco entiendas mal. Si vienes de otro planeta tampoco es que nadie te va a linchar. Hace unos años vino una colonia de Venus de turismo y, aparte de que eran un poco creídos, no hubo problemas con ellos.  

Lilliand sonrió con aire cansado.

-Entonces ¿cuál es el problema?

Emma se encogió de hombros, sintiéndose perdido.

-No sé. Podrías haber dicho algo.

-Podrías haber preguntado.

Emma giró los ojos.

-Ay, sí. Perdón, señor. Perdón por no preguntarle al primer tipejo raro que se me acerca por la calle si no es del espacio. Es que es obvio que la falta es mía por no asumir de una eso –Se dio un golpecito en la frente, como si se reprochara la tontera, y exageró el impacto echándose atrás.

Lilliand se rió, divertido. Lo que buscaba.

-Está bien, es justo –reconoció Lilliand y luego negó con la cabeza-. Pero no sé de qué planeta exactamente.

-¿Como que no sabes?

-Eso es lo que intento averiguar con esto que hacemos, Emma –Lilliand lo miró y de pronto sus ojos cambiaron de color con cada parpadeo. Una última confirmación de que sus sospechas eran todas de verdad, si es que de verdad todavía le quedaba alguna duda. Si es que lo hacía, con eso acabó de morir. De un verde imitación al suyo, un azul intenso y un anaranjado brillante, al final una sonrisa que parecía resignada a todo-. Me prometieron que me lo dirían si hacía esto las suficientes veces. Una mujer pelirroja en un bosque tocando el violín me lo prometió. Ya perdí la cuenta de cuántos son y sigo esperando.

Lilliand se dio la media vuelta y hacia el cuarto para vestirse, pero Emma le tomó del hombro. Le soltó apenas el hombre se detuvo sobre sus pasos y se volvió.

-Supongo que no tengo derecho a decirte nada sobre eso. Mierda, hasta creo que lo entiendo. Será que los dos somos unos hijos de puta egoístas, ¿no?

No sabía qué esperaba obtener diciendo eso. Quizá ofrecer alguna especie de consuelo, aunque no tenía claro por qué se molestaba. Lilliand era peor que él bajo cualquier punto de vista. Debería estar acostumbrado después de tanto tiempo. Y sin embargo no pudo quedarse en silencio.

-Será –concedió Lilliand con una nota de agradecimiento.

1 comentario:

  1. Awwww. Vuelvo y repito, la relacion de Emma y Lilliand se esta volviendo mas humana y de algun modo, realista. No se sienten artificios y es facil imaginar esa clase de dialogos en cualquier pareja gay (dejando de lado los asuntos de aliens y todas esas cosas extras que crresponden a la novela) que ya comparte cierto grado de intimidad.

    Además que ya retirado parcialmente su velo de misterio, Lilliand es al fin humano y en cierto modo, abordable.

    Un besote

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