Lo habían contratado al muchacho una semana atrás para
reemplazar a Alejandro (al final este prefirió dedicarse de lleno al estudio),
pero era la primera vez que lo tenía tan cerca.
-Hola.
Desde entonces habían compartido un sólo turno a la mañana otras palabras que
el saludo obligatorio del primer encuentro, cuando se lo presentaron. Era de un
nombre corto que no recordaba haber oído antes junto a un apellido que le
sonaba extraño, más propio de la invención que de la realidad.
-¿Te llamás Emma, no?
Era más bajo y delgado que él, aunque por poco. Miraba hacia
arriba con unos grandes ojos azules impuros. El gel que utilizaba en el
mojicano azul en su cabeza, peinándolo hacia atrás, desprendía brillos cada vez
que movía la cabeza. A los lados el cabello negro se mantenía corto y lo
bastante abundante para cubrir el color del cuero cabelludo. A pesar de los
agujeros en los lóbulos no había piercings colgando.
-Te he visto el otro día por el centro, pero no me animaba a
saludar. Andabas llevando una guitarra. ¿Sabés tocar?
Abel Catalejo. A quién se le ocurría, había pensado.
De pronto cayó en cuenta de que quería conversar.
-No -dijo, un poco perdido.
Era una situación nueva para él y no estaba seguro de cómo
seguirla. Hubo un momento de silencio, que Emma decidió aprovechar para
terminar de abotonarse la camisa. Justo cuando creía que el otro ya había
perdido interés, volvió a hablarle.
-¿Y entonces para qué tenés la guitarra?
No sonaba como si le estuviera reclamando la incoherencia de
poseer algo que no se sabía utilizar o como si estuviera decepcionado. Sonaba a
una duda genuina que acababa de nacerle. Debía ser menor por un año o algo así.
Dudó de la conveniencia de decirle la verdad antes de decidir que probablemente
daba lo mismo.
-Para aprender.
-¿Ya sabes cómo?
-Más o menos -respondió Emma, para no mencionar que se había
pasado una buena cantidad de minutos buscando una nueva cartilla clandestina
para estudiante de la Universidad de Arte, especialidad Música, algo que estaba
seguro le costaría por lo menos una multa. O las restricciones en la red se
habían endurecido, a pesar de los bunnys, o no recordaba lo complicado que era
encontrar ciertas cosas.
Acabó de colocarse el uniforme y se dirigió al espejo para
que le arreglara la maldita corbata de moño. No importaba las veces que viera
el proceso, el nudo correcto era algo que siempre escapaba de sus manos. Cuando
vio su reflejo de frente se dio cuenta de que atrás le seguía el chico Abel.
-Che, ¿querés ir a un concierto?
Emma pensó en la lista guardada en su Anon. La casilla
blanca que podría marcar con una X negra. Lo vio a través del espejo y por
primera vez se dio cuenta de que el muchacho era guapo, con una cara de
expresión abierta que lucía incapaz de ocultar nada. Resultaba obvio por qué
Eva lo había contratado.
-Sí, claro -Le sonrió.
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