Pero una vez pasada la impresión, había un horario que
cumplir y asientos que ocupar. A lo largo de una fila de personas formada tras
la línea de seguridad, una figura conseguía destacar con cierta facilidad. Era
un hecho comúnmente aceptado que las ropas siempre atestiguaban una parte del
ser de alguien. De ahí una de las estrategias publicitarias más usadas,
"convencer al cliente de que sólo así podrá ser él mismo." En la
temporada estaban de moda los colores chillones combinados con café para
aquellos que eran serios en su trabajo pero todavía sabían disfrutar de la
vida. Lo que la chica en cuestión utilizaba sólo había sido utilizado hace años
durante la precipitación de ácido caída sobre Chile, como una pretendida forma
de hermanarse con la desgracia ajena. El negro entonces era elegante, serio y
propio de seres inteligentes que sabrían gastar bien su crédito para compartir
simpatía mientras ellos continuaban con su vida ordinaria. Después hubo la
inauguración de la primera ciudad flotante de América Latina, encima de los
restos desechos de los desahuciados, y entonces el amarillo, símbolo universal
de alegría indiscriminada, dominó la escena.
Una cosa era lo que la gente decidiera usar en sus fiestas
privadas, por eso Emma no se había sorprendido ante la vestimenta del grupo de
Abel. Pero en la mañana, rodeada de trajes brillantes y faldas masculinas de
látex en verde chillón, las botas de negro reflejante, las hebillas de plástico
plateado para simular metal y los guantes a cuadros blanco y negro sólo
parecían fuera de lugar. Era como si sólo hubiera aparecido ahí, sin ninguna
conexión real con el mundo.
Por otra parte, el corpiño relleno o el tratamiento hormonal
que tantas jovencitas solían tomar no engañaba a nadie. Poseía la cara de una
niña, todavía menor por los grandes ojos celeste con motas grises, no menor a
los catorce o quince años. Los auriculares con calaveras sonrientes moradas
titilaban al ritmo de un tema que sólo ella conocía. Era la única vestida así.
La única con un tatuaje de mariposa asomando desde el cuello de su blusa y
debajo de un collarín.
La que Lilliand le había indicado era la siguiente. El
hombre estaba justo a su espalda y su respuesta a la mirada interrogante que
fue inevitable dirigirle fue asentir con suavidad. Emma abrió los ojos en
incredulidad viéndola de nuevo. Era una pendeja. Un pendeja con bastante
crédito para vestirse con prendas completas y accesorios Anon. ¿Qué tenía ella
que ver con el dueño de la laptop o un borracho? Pero Lilliand le señaló el
reloj de la estación con un movimiento de cabeza. El transporte estaba a punto
de llegar.
Antes de saber cómo, los dos ya se encontraban ahí, justo a
su espalda. La mariposa tenía alas puntiagudas en rojo y negro. Si uno les
ponía la bastante atención el tiempo suficiente comenzaba a moverse, como si el
incesto estuviera a punto de iniciar un viaje por la piel morena de la chica.
Ella no se enteraba de nada, abstraída, la cabeza baja y labios verdes
brillantes formando una línea inexpresiva. ¿En serio estaba pasando?
Una última pregunta insegura sólo confirmó el hecho, ya
bastante claro. El ligero zumbido de la corriente eléctrica siendo activada y
atrayendo los vagones era su señal. Lilliand no hacía ningún movimiento, a
diferencia de la gente que ya comenzaba a impacientarse y moverse. Suficientes
empujones, pisotones y apretamientos había sufrido Emma para darse cuenta de
que estaba en una posición peligrosa. De no ser por las pastillas estaría ahora
a punto de perder la consciencia por los continuos golpes a ella. Pero las
había consumido y su poder todavía mantenía sus sueños pacíficos.
Las luces blancas aparecieron por una esquina de sus ojos.
¿Quién era esa chica? ¿Por qué debía ser ella? ¿Y por qué estaba justo encima
de la línea, sin siquiera fijarse en el metro como todos los demás, como si ni
siquiera le importara que nunca llegara? Alguien le dio un codazo en la espalda
al mismo tiempo que su pie resbalaba sobre la superficie de un calzado
desconocido.
Vio un hombro en frente que podía sostenerle, la vio
comenzar a balancearse hacia atrás y adelante con una potencia mínima,
minúscula, como siguiendo al fin el ritmo de su propia canción. De nuevo le
golpearon, esta vez con más fuerza en el omoplato, y él dobló el tobillo
adelantando el brazo.
Fue nada más un pequeño empujón. Lo mismo que le había dado
a todos los objetivos antes, nada diferente. Siempre había sido todo lo que
hacía falta. En medio de la multitud que esperaba el inicio de su día laboral,
nadie vio nada.
Podría haber sido cualquiera
quien se tropezara.
Las cabezas giraron y unas voces se elevaron. La chica se
dio la vuelta como si quisiera encontrar al dueño de aquella mano, pero cuando
lo encontró no había reproche, no había tristeza. En un segundo infinito Emma
se dio cuenta de que no había nada, apenas una leve sorpresa que no la afectaba
demasiado. Entonces vino el transporte.
En medio del rojo salió un negro brillante, familiar.
Alguien le tomó del brazo y lo apartó del camino de las
salpicaduras. Gritos de consternación y exclamaciones de incredulidad. Gente
empujándose para ponerse al frente con las cámaras de sus Anon en alto.
Lilliand continuó tirándolo hasta una zona libre en la que finalmente pudo
volverse y contemplar la escena. Se sentía aturdido y en blanco, casi
agradecido de que él no tuviera que ser quien decidiera moverse. La repentina
voz femenina que salió por los altoparlantes le arrancó un respingo.
-Atención, por favor –dijo con una voz suave y tranquila,
ideal para las emergencias-. Por favor, apártense de la línea de seguridad.
Hemos llamado ahora a las autoridades y nos encargaremos del inconveniente a la
menor brevedad. Los viajes deberán ser pospuestos hasta llegar a una resolución
satisfactoria. Disculpen las molestias.
Inmediatamente después de que se cortara el sonido, las personas
comenzaron a reclamar. No les hacía ninguna gracia ese atraso. Emma percibió un
lejano alivio de no ser uno de ellos, al menos no esa mañana que él tenía
libre. Libre para empujar gente a su muerte. Una repentina presión al fondo de
su garganta y de pronto se encontró apenas llegando a un tacho de basura para
la expulsión de su estómago. Se sostuvo con las dos manos, las piernas
temblorosas, hasta que se dio cuenta de que quería seguir vomitando incluso si
no tenía nada.
El horrible sabor de la bilis.
Un pañuelo de papel apareció en su periferia. Emma lo tomó
de un manotazo y se limpió los labios, enderezándose con cuidado.
-¿Qué…? –dijo pero
tuvo que cerrar la boca, tragar restos e intentarlo de nuevo-. ¿Qué mierda ha
sido eso?
-Un objetivo –respondió el rubio, como si le extrañara su
duda.
-No, esto –dijo, señalando el techo de basura-. No he comido
nada… Sólo la sopa de siempre y nunca me había caído mal.
-Es un reflejo culpable –explicó Lilliand, frotándole la
espalda de arriba abajo. Emma no estaba seguro de qué buscaba con aquel
contacto, pero de cierta forma lo tranquilizó y decidió no cuestionarlo de
momento-. Es normal en situaciones así. Lo extraño sería que no la tuvieras.
-Pero si yo no he hecho nada –dijo Emma, pasándose el
material de nuevo por los labios. Ni siquiera recordaba haber vomitado antes y
ahora tenía miedo de repetirlo sin advertencia-. Vos me has dicho que eso era
lo que ella quería, ¿no? Que llevaba meses deseándolo. Es ella la que se paró
más allá de la línea, yo no la puse ahí.
-Así es.
-¿Entonces qué carajo?
El reclamo le salió un poco más alto de lo que pretendía.
Una señora los observó unos segundos más de los necesarios antes de volverse a
la multitud. ¿Qué vería la gente que de casualidad los pescaba juntos, a él con
su ropa de calle y Lilliand con otro de sus trajes? ¿Creerían que eran una
pareja? ¿Un tutor y su estudiante? ¿Compañeros en la venta de drogas? Lo último
probablemente sería lo más cercano a lo que cualquiera de ellos podría llegar
sin empezar a hacer un serio ejercicio de la imaginación. Por primera vez desde
que empezaran a verse Emma pensó que lo que hacían no podía ser algo bueno.
Antes razonaba que para bien o para mal, no eran ellos lo que acababan con las
vidas sino la gente quien las tomaba en sus propias manos. Lo que las personas
hacían con aquello que les pertenecía era asunto suyo. No de él.
Se dirigió a una máquina expendedora y compró una gaseosa.
Necesitaba quitarse el mal sabor. Desde
afuera se oían las sirenas de una ambulancia. Vigilantes en sus trajes
metálicos celestes bajaban por las escaleras y empezaron a pedir por orden.
Dentro de poco iban a empezar a tomar nombres.
De pronto se dio cuenta.
-Las cámaras… -susurró, mirando las lentes que salían del
techo en cada esquina.
El ángulo de la visión bien hubiera permitido ver el frente
de los pasajeros.
-Están hackeadas–dijo Lilliand.
-¿Y vos cómo sabés?
-¿Cómo crees que consiguen hacer esos dibujos? –Lilliand
señaló hacia la olvidada obra de las Ranas de Tierra que ahora sólo podía verse
a través de las ventanas. Nadie les ponía ninguna atención ahora-. No sé
exactamente qué va a encontrar la persona que mire esos videos, pero sí sé que
no vuelven a estar funcionales hasta que ya se ha ido el primer transporte. Es
por eso que han podido mantener el anonimato todo este tiempo. De haber
cambiado esto ya lo habrían anunciado por todo lo alto en las noticias. De
todos modos quizá sería conveniente evitarnos el interrogatorio y salir de
aquí.
-Sí –Emma dio un largo trago que obligó a pasar con fuerza-.
Sí, vamos.
Subieron las escaleras hacia el exterior. Una brisa de aire
frío le recorrió el cuerpo y se abrazó a sí mismo.
-Lamento los inconvenientes –dijo Lilliand, extendiéndole su
puño cerrado. Su paga por ese día. Para variar Emma notó que estaba de verdad
incómodo. Ni siquiera se atrevía a verlo-. Entenderé si prefieres renunciar
después de semejante experiencia. Quizá sería lo más acertado por hacer.
Un par de pastillas cayeron en su palma. Eran dos, aunque el
objetivo sólo había sido uno. ¿Compensación por despido? Emma le tomó de la
muñeca antes de que se alejara. No quería estar solo ahora.
-Che –dijo, soltándole un segundo más tarde-. ¿Quieres ir a
desayunar? Ya he tirado lo que tenía. Estoy vacío de nuevo, así que podría ir
por algo.
-¿Estás seguro de que eso quieres hacer?
Emma alzó la vista. No encontró nada especial en el rostro
del rubio, sólo incertidumbre. Tampoco tenía idea de qué buscaba. Lilliand
llevaba haciendo esto, fuera lo que fuera, durante mucho más tiempo que él. Se
encogió de hombros.
-Podemos ir a mi casa y ordenar algo –sugirió-. Yo pago, ¿te
parece?
Era la primera vez que alguna vez invitaba a otra persona a
su departamento. Apenas atravesaron la puerta Emma fue más consciente que nunca
de que tenía la costumbre de dejar la ropa en cualquier superficie donde
cayera. Recogió unas medias, una ropa interior y una camiseta del sofá
gesticulando hacia la pequeña mesa de su pequeña cocina/comedor.
-Sentate –dijo-. Ya voy a buscar a alguien en la guía.
-Con permiso –dijo Lilliand, sacándose su abrigo y
poniéndolo en el respaldo de su asiento.
Emma quiso preguntarle a quién le decía eso o para qué si ya
estaba adentro, pero decidió que daba lo mismo y tiró las prendas hechas una
bola en el armario. Luego se encargaría de acomodarlas bien. Las sábanas
estaban abiertas hasta el suelo. Recogió una punta y la dejó caer encima de la
cama, para nada luciendo más ordenado pero debiendo ser suficiente de momento.
-Es un lindo lugar –dijo Lilliand cuando al fin lo tuvo de
nuevo en frente.
Emma arqueó una ceja, extrañado.
-Es lo único que pude conseguir. Entre mi salario y lo que
mi viejo pudo darme–Tecleó en una pantalla de la pared y empezó a buscar por
sitios que se encargaran a dar desayuno a domicilio cerca de su área. Revisó
los precios y encontró que eran obscenamente superiores a lo que tenía
pensado-. Eh… ¿con un café basta, no?
-Puedes cargarlo a la cuenta del señor… -Lilliand sacó un
puñado de tarjetas de su bolsillo y separó una platino, leyendo el nombre-.
Perdón. Quise decir a cuenta de la señorita Millar. No habrá límites en el
presupuesto. Es una generosa dama.
Le pasó la tarjeta y el joven la aceptó antes de echarse a
reír. Atrás tenía escrito con marcador el número de activación.
-Serás hijo de… ¿Cómo mierda has hecho hasta ahora para
seguir vivo? Deberían haberte encerrado hace años.
-Lo harían si pudieran recordar mi cara –comentó Lilliand
con simpleza-. Temo que soy muy fácil de olvidar.
-Sí, cómo no. Y mi culo es de Marte, ¿ya viste? –Emma miró
con duda la tarjeta y al final se encogió de hombros, escribiendo su orden
(abundante, llena de facturas, sándwiches de miga y tortillas pequeñas) antes
de sentarse frente al otro hombre-. ¿Estás seguro de que esto está bien? ¿No me
van a llegar buscando por robo de identidad o algo así?
-Las tarjetas tienen un chip troyano. Cualquier registro
hechas con ella desaparecerá a los tres minutos. En París son relativamente
fáciles de conseguir.
-Vos tendrías que escribir un libro o algo así –dijo, no sin
cierto sarcasmo-. Te harías rico en un segundo.
Lilliand tomó la tarjeta y volvió a guardársela junto a las
otras. Tenía las uñas pintadas de un celeste claro.
-Eso probablemente crearía más problemas que beneficios a la
larga.
-Para el que no lo siga bien, obvio –Emma se estiró y
encendió el televisor con un gesto airado.
Eran las noticias y, tan veloces como ellas solas, ya
estaban transmitiendo desde la estación para informar acerca del escandaloso
suicidio. De pasada el reportero comentaba que ya eran casi una docena de
personas muertas por voluntad propia en lo que iba de los dos últimos meses,
pero no ahondaba con más palabras al respecto. Ellos dos miraron en silencio la
entrevista con un señor que a lo que más acertaba a hacer era quejarse del
contratiempo que eso significaba para su negocio antes de que pasaran a un
joven que comentaba que eso se iba a volver viral dentro de nada.
-Decime algo –dijo Emma, recostándose en su mesa. Un dedo
casi amenazador en dirección al rubio-. Y quiero que me digas la verdad. Pero
la verdad en serio. No medias mierdas, no cosas que yo tengo que imaginar, no
nada. La verdad verdad.
-Escucho –afirmó Lilliand, irguiéndose.
-Para bien o para mal –dijo Emma y tuvo que tomar otro trago
para desatarse la garganta-. Para bien o para mal…. Esta no es sólo mi cagada,
¿verdad? Estamos los dos metidos en esto. Si la cago, la cagamos los dos, ¿no
es así? Porque si no es así y me dices que en serio todo va por mi cuenta, no
sé qué… no, olvida eso. No voy a poder seguir con esto. De ningún modo. Así que
al menos decime que vos estás conmigo esto y yo veo cómo me las arreglo.
Lilliand se le quedó viendo antes de contestar suavemente.
-¿De qué serviría que te dijera eso?
Hizo sonar la lata contra la superficie. Algunas gotas
aterrizaron en su mano.
-¡Serviría mucho, carajo! –exclamó, exasperado-. ¿Pero qué
te pensás? Claro que serviría saber que no estoy solo en esto. Si voy a caer en
esta mierda, no, si ya ha caído en esta
mierda, por lo menos me valdría saber que estoy acompañado.
-Podrías simplemente renunciar…
-¡No me digas lo que ya sé! –Emma arrancó un pañuelo de tela
desgastada que expulsó la mesa desde el centro y se limpió con furia-. Un
poquito tarde para eso, ¿no te parece? Ya he hecho todo lo que has querido,
desde el principio lo he hecho y me ha importado una mierda lo que pasara
después. ¿De qué me serviría a mí mandarte ahora a tomar por culo? ¿Para qué?
¿Para pretender que nunca hice esas cosas o que no las haría de nuevo si
tuviera que volver a como estaba antes? –Se levantó y arrojó el pañuelo en el
lavamanos. Pretendía hacerlo con energía pero el movimiento salió débil,
derrotado. La mirada hueca de la chica relampagueó frente a sus ojos-. Ya no
puedo hacer eso. Por lo menos decime que algo de esto vale la pena.
-Lo vale.
-¿Por qué? –dijo Emma, volviéndose-. ¿Por qué tenés que
hacer esto? ¿Y por qué me tenías que incluir a mí? ¿Yo qué te he hecho?
-No es algo que tú hayas hecho –Lilliand se giró en su
asiento-. Es más bien algo que tú puedes hacer y algo que yo espero conseguir
de esto. No puedo conseguirlo de ninguna otra manera y tampoco puedo hacerlo
sin ti.
-Me tenés podrido con tus adivinanzas…
Un sonido de campanas llenó el aire. A Emma le tomó escuchar
cuatro tonadas antes de caer en cuenta de que ese era el tono de su timbre.
Recordaba haberlo seleccionado de una variedad cuando consiguió el lugar pero
nunca desde entonces había vuelto a escucharlo. Abrió la puerta, metió la
tarjeta en la ranura del pecho del androide y, una vez validada, recibió de sus
manos metálicas una caja plástica con su orden.
-Que tenga un buen día, señora Millar.
Emma cerró la puerta sin responder. Lilliand ya había
abierto la caja y estaba acomodando los platos con los distintos alimentos en
torno a la mesa. La taza de café turco para sí mismo y un licuado de tutti
frutti para Emma fueron colocados frente a los respectivos asientos. Emma tuvo
que admitir que era agradable que fuera otro el que dispusiera la comida. Una
vez vacía la caja, Lilliand la dejó en el suelo contra el refrigerador.
-Creo que pedí más de la cuenta –confesó el joven, viendo
que todo apenas entraba.
-Mejor que sobra y no que no baste –respondió Lilliand con
filosofía-. Lo que no acabemos entre los dos podrás guardarlo para ti mismo.
Destapó el café y el aroma cálido complementó el de las
facturas dulces. El estómago de Emma, maltratado y sólo lleno de gaseosa, se
sintió estremecer con ansias. Se sentó y tomó un sorbo del licuado. El
inesperado sabor dulce pareció burbujear dentro de su boca. Era la fiesta
tropical que tanto había leído en publicidades antes, pero esta era de verdad.
-Me he ido a la matrix –suspiró, incapaz de pelear su
deleite.
-No es la primera vez que lo oigo –dijo Lilliand-. ¿Qué
significa eso?
-Que algo es tan bueno que no parece existir de verdad.
Lilliand sonrió como si algo le hiciera gracia.
-¿Y de por casualidad no sabrás de dónde viene semejante
expresión?
-Andá a saber. Hasta mis abuelos lo decían así que debe
tener su buena cantidad de años.
-Ya veo –Lilliand sonrió de nuevo, pero se dedicó al desayuno
sin decir nada más.
Emma siguió su ejemplo. No tenía sentido desperdiciar la
comida. Cuando se dio cuenta de que no podría seguir comiendo sin sentirse mal
de nuevo, apartó un plato de sándwiches sin terminar de sí. Lilliand se limpió
la boca con otra toalla de tela y se puso a limpiar la mesa, guardando lo que
podía dentro de bolsas de plástico o dentro del refrigerador.
-Disculpa –dijo, extendiendo la mano.
Emma se echó hacia atrás en su asiento para permitirle tomar
el plato.
-¿Te das cuenta de que esta es mi casa, no? –dijo sin
ninguna intención de protestar realmente-. Nadie te manda hacer eso.
-Te hago pasar suficientes molestias como es –respondió
Lilliand.
Los platos desechables fueron desechados. Estiró la mano en dirección a su abrigo. Emma
se puso en pie.
-¿Adónde te pensás que te vas? Vos y yo no hemos terminado.
-No, es cierto –El rubio suspiró y volvió a tomar asiento-.
Tenía la esperanza de que prefirieras seguir ignorante y simplemente renunciar
a todo.
-Pues qué lástima. Ya me has cagado la vida. Mínimo me
podrías decir responder cuando te pregunto algo.
-Muy bien –El hombro cruzó las piernas y se inclinó hacia
adelante-. ¿Qué quieres saber?
-¿Quién sos?
Lilliand inclinó la cabeza.
-Un hombre de negocios.
-Y una mierda. Te acepto que la plata la robes, te acepto
que hayas viajado y por eso tengas esas cosas. Pero ni en pedo me puedo creer
que en serio vayas a una oficina todos los días y hagas algún trabajo honesto.
De pronto Lilliand se echó a reír con aire despreocupado.
Era la primera vez que lo oía y el sonido repentino lo asustó. Ahora que lo
pensaba, ni siquiera él se había reído así desde que se mudara.
-De acuerdo, me atrapaste ahí. Pero a efectos prácticos y
por lo que respecta al resto de las personas, eso soy. Es una imagen
conveniente, inofensiva. Incluso en los barrios bajos un hombre de negocios
puede hacer lo que sea. Basta tener el suficiente crédito y, como ya has visto,
no tengo inconveniente al respecto. Debajo de eso, podrías decir que soy un
vividor. No tengo trabajo ni hogar fijo. Adonde me lleve el viento voy.
-¿Y qué hay de la tarjeta?
-Parte del disfraz. Se las puede mandar a hacer para decir
cualquier cosa que uno quiera, si se paga el precio correcto. Sólo el número es
real, como ya sabes.
-Está bien –Se removió el asiento. Había querido llegar a
ese punto, pero ahora que estaba en medio de esa situación todas las dudas
parecían acumularse y no sabía bien cuál era más importante plantear antes. Se
palpó el bolsillo del pantalón donde tenía las pastillas. Esos pequeños
salvavidas-. ¿Qué son las pastillas? ¿De qué están hechas? ¿Qué efecto
secundario tienen a largo plazo?
- Se las consigue en cualquier farmacia. Los estudiantes
pueden conseguirlas en época de exámenes sin el permiso de sus padres. Reduce
los niveles de estrés adormeciendo los centros responsables en el cerebro. Esa
es la base pero –Levantó un dedo, como deteniéndole de formar ideas- el resto
es una receta que he ido perfeccionando a lo largo de los años. Nadie más que yo
la conoce. Tomadas con moderación no representan ningún peligro para la salud.
No mentía sobre eso. Pero en exceso podrían causar desde parálisis hasta
ataques de apoplejía.
-Ah, bueno. Entonces qué buena puta suerte que vos me las
des a cuentagotas –Emma sabía a cuáles se refería. Recordaba que no le habían
servido de nada durante su época escolar-. ¿Soy el único con el que tienes
este… trato? No aquí, sino en general.
-Actualmente, sí. Prefiero mantenerlo así ya que es muy
difícil coordinar a más de una persona a la vez.
-¿Coordinar o controlar?
Emma sostuvo la mirada que le lanzó el rubio. Lo hizo a
sabiendas de que no podía encontrar dentro de sí la amargura o aire desafiante
que le hubiera gustado expresar. Ya sólo le quedaba su curiosidad intacta para fortificarse.
-Cualquiera que prefieras–respondió Lilliand-, aunque no
importa el nombre que le pongas, el resultado es el mismo.
Emma chasqueó la lengua, pero no lo discutió.
-¿Por qué yo?
Lilliand unió sus manos con parsimonia.
-Fue por algo que te vi hacer hace unos cuatro meses. Te vi
esperando un colectivo en una parada del centro. Había un niño con su padre
sentado en el banco al lado de ti. El niño estaba mudando los dientes y se veía
notablemente incómodo, frotándose la mejilla cada tanto. Tú escuchabas música
sin prestarle la menor atención, pero hacías una perfecta imitación tanto de
sus movimientos como de sus gestos, sin siquiera darte cuenta. Confirmé mis
sospechas cuando vi que dejabas de hacerlo ni bien esos dos se marcharon de la
escena. Probablemente no lo recuerdas, pero entonces debiste pensar que tenías
que ir al dentista.
Lo raro era que Emma lo recordaba. No sólo había pensado en
que debía ir al dentista sino en que no tenía seguro y tendría que pedirle a
papá ayuda. Había sido un verdadero alivio cuando el malestar desapareció. Al
contrario de la sensación que tuvo al tener exacta confirmación de que Lilliand
no había sido ligeramente grosero con él al poner su nombre o su cara en un
buscador.
El tipo lo había seguido. Durante cuatro meses había sido
espiado, seguido, observado, estudiado. Verse en el restaurante y luego en el
metro no había sido ninguna coincidencia. Sólo Lilliand permitiéndole verlo por
primera vez. No sabía qué sentía al respecto. O más bien, qué debía sentir con
más fuerza. ¿Miedo, angustia? ¿Cuánto más poder ese tipo tenía sobre él? ¿Qué
más había hecho sin que lo supiera? Estaba empezando a dudar de que siquiera le
permitiera abandonarlo todo incluso si él quería.
Trató de mantenerse con calma. Él estaba en clara desventaja,
incluso peor de lo que pensaba antes.
-Veo que la noticia te ha perturbado –dijo Lilliand-. No
puedo culparte pero, por otro lado, era la única manera de estar seguro.
Entenderás que no podía presentarme ante cualquier persona con una propuesta así
y esperar buenos resultados. Siempre podía ser que tú sólo reaccionaras a tu
propio dolor sin relación con tus alrededores. Pero la consistencia de tu
migraña acabó por confirmarlo.
-¿Confirmar qué exactamente? –preguntó Emma, cruzándose los
brazos-. Lo único que yo sé seguro que si no fuera por ellas ni en la puta vida
te hacía caso, sabiendo lo que pedías.
Lilliand frunció el ceño, confundido.
-¿Quieres decir que no sabes qué las causa?
-¿Por qué? ¿Vos sí? Si es así, felicidades, porque vos
serías el primero y el único–A su pesar, aunque quería mantenerse en guardia
frente al rubio, Emma recordó lo que le hubiera encantado conocerlo antes. O al
menos dar con su receta-. Me pasé la vida entre doctores, me han hecho mil
pruebas y nadie me ha dicho una mierda. Nunca. Si tienes alguna idea estaría
jodidamente eléctrico saberlo.
-Perdona, yo supuse… De acuerdo, supongo que puedo intentar
explicártelo desde el inicio. Asumo que no estás familiarizado con algo llamado
“niños índigo” o “niño cristal.”
Emma negó con la cabeza.
-Entonces eso hará la explicación mucho más simple y corta
–Lilliand suspiró, como si ese hecho fuera una decepción particular-. Son gente
capaz de conocer e incluso manipular las emociones más ocultas de los seres
humanos. En todo el tiempo que he sabido de existencia de ellos jamás he podido
determinar cómo o por qué nacen de esta forma, pero lo hacen. El dolor de
cabeza es un síntoma de que vives en un ambiente donde las emociones propias y
ajenas viven saltando y siendo mal manejadas. Estrés, desconfianza, miedo,
angustia, preocupaciones, celos, dolor… toda la carga emocional entra en ti y, como tú no tienes ningún
control sobre lo que haces, las percibes a un nivel muy básico a la vez que
eres incapaz de expulsarlos. Son como piedras que acabas absorbiendo cuando lo
ideal sería que pasaran a través de ti sin afectarte. Las pastillas bloquean
temporalmente este “poder”, a falta de una mujer palabra, haciéndote inmune a
sus efectos. Creo que es correcto suponer que antes de saber de ellas habías
estado teniendo alucinaciones menores, ¿no? Oías sonidos que no estaban ahí,
puede que incluso sintieras sabores de cosas que jamás habías probado o que
sintieras frío en un ambiente caluroso. Pero con las pastillas ahora no has
vuelto a tener experiencias de ese tipo, ¿no es verdad?
La expresión de Emma reveló la respuesta que no atrevía a
pronunciar. La súbita consciencia de qué era exactamente lo que le pasaba le
había dejado incapaz de hablar.
-Espera –dijo, pensándolo mejor-. Esta cosa que decís vos
¿es de familia?
-Por lo general, sí. Por eso
supuse que tal vez uno de tus padres podría haberte dicho algo al
respecto, incluso si ellos no sabían controlarlo.
-No… -Emma recordó a su madre y cómo había terminado.
“Controlarlo”, decía Lilliand y entendía la razón. Esa cosa podía controlarlos
a ellos-. No, nunca… Digo, algo me comentaron de cosas raras que hacía de
pendejo pero… ¿Eso tiene nombre al menos?
-Empatía sería el más apropiado. Es lo que permite las
interacciones sociales entre las personas, pero luego hay gente como tú que
nace con una cantidad excesiva. Puede ser abrumador si no se maneja.
-¿Y vos?
-No –Lilliand dio una media sonrisa hueca-. Sólo he conocido
gente así. No todos necesitaban la pastilla, pero la mayoría sí con tal de
poder llevar una vida normal. A cambio les he pedido exactamente lo mismo que a
ti.
-¿Y si ellos no querían? ¿Si ellos se negaban después de la
primera?
-Ha habido pocos casos –Lilliand se encogió de hombros- y en
todos ellos el contacto se perdía inmediatamente después. No había razón para
mantenerlo. Habría hecho lo mismo contigo.
-¿Y después de la segunda?
Emma se forzó a erguirse mientras el rubio le arqueaba la
ceja.
-¿Temes que hayas habido alguna acción por mi parte contra
ellos? –cuestionó, divertido-. Eso entraría más dentro de los parámetros de un
jefe mafioso, ¿no lo crees? No tengo ningún deseo ni el poder para actuar de
ese modo. Sería absolutamente ridículo.
Ese tono le irritó.
-¿Cómo querés que yo sepa si sos o no uno?
-¿Qué beneficio económico, asumiendo que la mafia se mueve
por dinero, podría tener hacer lo que hacemos?
-¡Y yo qué sé! ¿Qué bien sacás ahora de esto? ¿Para qué
carajo te sirve a vos?
Lilliand no respondió de inmediato y durante ese momento
Emma consideró estuvo a punto de mandarle a la soberanísima mierda, chica
muerta o no. Estaba harto de los misterios y si el pelotudo aquel pretendía
insistir en ellos, entonces no habría caso que darle.
-Lo necesito –dijo Lilliand tras un suspiro-. Sólo así podré
tener una información muy importante acerca de quién soy. Aunque, a decir
verdad, ha pasado tanto tiempo que ya no sé si creo en esa promesa. Esto ya es
lo único que me queda por hacer con mi vida.
Lo sinceramente patético de semejante admisión le golpeó con
fuerza. Lo desarmó en un segundo. La peor parte, sin duda, fue que no pudo
obligarse a creer que era un truco para darle lástima y manipularle.
-Preguntaste si estamos en esto juntos –siguió con voz suave-.
Ahí tienes tu respuesta. Necesito tanto de ti como tú de mí. Ninguno de los dos
está en esto solo.
Emma miró su heladera.
-Hijo de puta –masculló y se frotó el rostro, el cansancio
haciéndose presente-. ¿Tenías que decirlo justo así, no? Todo meloso.
-Es la verdad –dijo Lilliand, moviendo los hombros como para
recomponerse-. Eres libre de creerla o no.
-Ya sé –dijo Emma y sabía que era cierto.
Para bien o para mal, Lilliand no le había forzado a hacer
todas aquellas. Las había hecho como un perro virtual cualquiera al que se le
prometía un regalo por un truco. Eso no era culpa del sujeto. Tampoco algo para
estar orgulloso, si debía ser honesto.
-Bueno, viendo que ya tenemos eso aclarado –dijo Lilliand
tomando su abrigo encima de su antebrazo- creo que no hay más motivo para que
siga aquí. Te daré mi tarjeta con mi nuevo número y si dentro de tres días no
recibo noticias de ti asumiré que preferiste…
-¿Te podés callar un rato con eso? Te he dicho que ya no
podía volver atrás, ¿no? –Emma extendió la mano y tomó la del rubio entre las
suyas. Era la parte de su cuerpo que tenía más cerca de él. No tenía mucha
experiencia con el contacto físico más allá de los amistosos de Miguel, pero
entendía que en esa ocasión sólo las palabras no alcanzaban-. Te podés quedar
si querés. Preferiría que lo hicieras.
Lilliand observó, curioso, pero entrelazó los dedos casi con
duda, como si él tampoco supiera más del asunto que él.
-Puedo hacerlo.
-Estoy eligiendo confiar en vos –le recordó Emma
levantándose.
Caminó hacia el frente del rubio, quien se echó hizo más
hacia el costado de su asiento, dándole espacio para sentarse. Le rodeó el
cuello con los brazos y durante ese tiempo no podía dejar de sentir asombro por
lo sencillo que era, porque Lilliand estaba ahí, era sólido y todo lo que tenía
que hacer para llegar a él era dar un paso. Había estado cerca de otra gente
antes, pero no había sido tan consciente de ese hecho como ahora lo era.
Las manos de Lilliand se acomodaron sobre sus muslos y se
deslizaron hasta su cintura, afianzándose en su espalda, sosteniéndolo contra
su cuerpo.
-Lo sé.
-Y vos me necesitas –continuó Emma, dándole un tentativo
beso en los labios.
Recogió con la lengua un rastro de azúcar dejado por las
facturas. Percibió el aroma del café saliendo de su boca. Lilliand cerró los
ojos y lo dejó hacer, presionando suavemente de vuelta antes de que se alejara
de nuevo para escuchar su respuesta.
-Sí.
-Estamos juntos en esto.
Emma le besó la mandíbula y bajó hasta el cuello, viendo que
Lilliand le permitía el paso inclinando la cabeza. Olía su colonia y no tenía
ni idea de qué era, pero le gustó. Cuando empezó a tirar de la corbata para
desprenderla de él, el hombre la desató en unos pocos movimientos.
-Sí.
Emma sintió el pulso latir en el cuello bajo sus labios.
-Y vos no sos un androide.
Lilliand demoró un par de segundos en procesar esa
afirmación.
-¿Acaso eso estaba puesto en duda?
-Más o menos –admitió Emma, sin poder evitar reírse. Le besó
de lleno, probando la superficie de sus dientes blancos. Se rió de vuelta
cuando sintió a la lengua del otro contra la suya-. Ya te dije que SOS raro,
qué queréis que te diga.
-Buen punto –dijo Lilliand y de pronto se levantó,
aferrándole por debajo.
Emma se sorprendió del súbito cambio de movimiento y se
agarró a su vez al rubio.
-¡La puta! –exclamó, sorprendido. Sus piernas colgaban a los
lados de la cadera del rubio y él las entrelazó por su cintura. Le sonrió-.
Haberme avisado, boludo. Casi me da algo.
-Mi culpa –dijo Lilliand volviéndose a la mesa, pero antes
de que pudiera dejarlo sentado en ella Emma lo dijo dónde estaba su cama.
Le depositó en el borde y Emma se acostó, desvistiéndose con
la misma velocidad que el otro. Él sólo tenía una remera mientras que Lilliand
todavía tenía la camisa y la camiseta, de modo que para el resto Emma se dedicó
a ayudarle, conociendo el tacto del hombre y los caminos rectos sobre su
estómago usando los dedos y la boca. Después los dos se ocuparon de la mitad
inferior: Lilliand quitándose el cinturón de cuerna negro, Emma abriéndole el
cierre. No fue hasta que vio la ropa interior abultada que se le ocurrió
preguntar:
-¿Estás vacunado, no?
-¿Qué?
-Decime que estás vacunado –insistió Emma-. La mía yo me la
hice a principios de año, así que todavía sirve.
-¿Hablas de las de prevención? –Lilliand se inclinó a
besarlo, abriéndole el pantalón-. Estoy protegido, tranquilo.
Emma se lo devolvió, sosteniéndole la cabeza.
-¿De verdad?
-Lo juro –Lilliand tomó una de las manos que lo aprisionaban
y le besó el dorso. El extraño gesto sorprendió a Emma-. Estás a salvo.
Emma quería creerle. Frente a la chica muerta y los otros
que no había alcanzado a ver, deseaba con desesperación creerle.
Ay mi Reina, realmente me reí con estos dos. Parecían desde ya una parejita peleando, que bellos los dos. Emma tan agresivo e inquisitivo, nunca negandose a ser pasivo ni aceptando asi sin mas lo que le digan. Eso tambien es magnifico.
ResponderEliminarInteresante el asunto con Emma y eso de los niños indigos. De hecho, como con toda empatia, a uno le llegan de golpe cualquier cantidad de emociones o vibras, y depediendo de la intensidad, uno puede o sentirse bien... o sentirse de la patada. Me gusto y me parecio interesante esa explicacion.
Y ese momento en que Lili se ablando.... AWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWWW <3 <3 <3 no hay nada mas bello que ver a un seme ablandandose. Mandar a la mierda la imagen de "macho duro insensible" nunca ha hecho daño a nadie. Y encima es hermoso.
En fin, un excelente capitulo, mi Reina.
Me ha gustado.
ResponderEliminarUn cordial abrazo.
Felicitaciones por el trabajo que estás haciendo en tus escritos. Muchos éxitos y que sigas haciendo lo que te gusta en este espacio :D
ResponderEliminarTe comento que vengo de la iniciativa Por un club más unido, del Club de las escritoras ♥ Me quedo a seguir el blog. ¡Besos!
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